CÓMO PUEDE AFECTARNOS EL ALMIDÓN EN LA DIETA
Publicado: 15 Jul 2014, 23:18
Teniendo presente algunas inquietudes generadas ante la implementación de la dieta Paleo indicada por la Dra. Myhill, y por ende, la posibilidad de eliminar la mayoría de los hidratos de carbono del menú, elaboré este informe que estimo de utilidad porque amplía el análisis desarrollado hasta ahora. Las razones de la elección de la Dra. Myhill, ya las comenté en el otro hilohttp://www.sfc-em-investigacion.com/viewtopic. ... 160#p22413" onclick="window.open(this.href);return false; . Sin embargo, me parece oportuno analizar otras posibles razones que puedan influir a la hora de elegir nuestro tipo de alimentación, teniendo en cuenta factores externos, como los métodos de producción e internos, como nuestro estado de salud, en especial de nuestro sistema digestivo.
Me basé en lo que dicen los libros, sumado a mi experiencia nutricional y aportando ejemplos de mi cosecha. Aunque es largo, procuré que fuese didáctico y comprensible para todos.
Espero haberlo logrado.
Cómo nos afecta el almidón en la dieta, hoy
El almidón es la forma que tienen los vegetales de almacenar la glucosa obtenida mediante fotosíntesis. Es su reserva de energía, mayormente dentro de semillas y raíces para alimentar el inicio de la próxima generación de plantas. Allí permanece insoluble y estable junto con el germen que contiene las enzimas necesarias para revertir el proceso, es decir, transformar almidón nuevamente en azúcares simples para su utilización. Una semilla, en condiciones ideales, puede permanecer así siglos.
El almidón, como tal, no sirve como nutriente para nuestras células si antes no pasa por un correcto desdoblamiento a azúcares simples para que se absorba. La célula usa glucosa.
Para este proceso necesita enzimas.
Cuando se inició la agricultura, los granos se comían sin moler, incluso se recolectaban antes de madurar como hacemos hoy con algunas legumbres frescas como arvejas, chauchas, habas, porotos pintos; o el maíz fresco (choclo), etc. que aún conservan parte de sus azúcares en estado simple.
Los granos maduros, representan una excelente forma de almacenaje y conservación a largo plazo, pero para su consumo, es necesario transformar el almidón en azúcares asimilables.
Igual que lo hace la planta, el hombre puede activar el germen de las semillas, cereales y legumbres, y por ende las enzimas responsables del desdoblamiento del almidón, mediante el proceso de germinación en presencia de humedad y calor. Método muy usado en la antigüedad y que ahora se realiza a pequeña escala como ocurre con los brotes de soja, alfalfa, lenteja, que se utilizan crudos en las ensaladas y que son muy saludables ya que es una buena forma de aprovechar al máximo todo el potencial nutritivo que nos ofrece la naturaleza (algunos lo ven sólo como una moda).
El desarrollo de la agricultura fue modificando los hábitos de consumo.
En primer lugar, los granos ya no son los mismos. Se inició hace sólo pocas décadas una modificación genética que pasó de la hibridación por cruces de variedades a los transgénicos obtenidos por biotecnología. El genoma humano lleva años de lenta evolución adaptativa. Muchas modificaciones rápidamente introducidas no están a la par de la capacidad orgánica de generar enzimas para algunas nuevas estructuras.
El otro gran cambio es la molienda de los cereales. En el último siglo se han creado harinas cada vez más finas y blancas. Para lograr estos productos, la tecnología ha despojado a las semillas de la fibra, el germen, las vitaminas, los minerales, parte o todas las proteínas y por último las enzimas necesarias para el desdoblamiento del almidón.
A falta de germinación, la otra manera de hacer más digerible el almidón es por hidratación y calor.
El agua rompe las membranas que envuelven los gránulos de almidón, hidratando las moléculas. El calor también contribuye al proceso Ej: métodos de cocción lenta de la masa, tostado de granos como la cebada para la elaboración de malta. El calor también se usa para activar semillas antes de su consumo o para incorporarlas a panes u otros alimentos (sésamo, lino).
Hasta hace 80 años (en algunas regiones del planeta, menos aún), el pan se elaboraba con el sistema de levado lento. Se colocaba la harina en bateas con agua y se dejaba muchas horas. Recién al otro día se amasaba y se lo dejaba levar muy lentamente. Desde antiguo también se hacía así y además las harinas no eran refinadas, se usaban las integrales. En pocas décadas se fueron reemplazando esas técnicas por leudados rápidos; se usan premezclas, aditivos “mejoradores”; la hidratación es muy breve; la cocción en hornos eléctricos es muy rápida. En todos los pasos del proceso se ha priorizado la cantidad producida en corto tiempo en lugar de la calidad de un producto que conserve todos sus nutrientes y resulte en sí mismo un alimento más completo y fácil de digerir.
Dicho esto, nos interesa saber qué pasa con ese almidón dentro de nuestro organismo.
Si falta suficiente hidratación previa (lenta) y la cocción es muy rápida como para desdoblar el almidón, entonces necesitamos suficientes enzimas para que hagan el trabajo.
Pero dijimos que las enzimas presentes en el grano se han perdido en el proceso de refinación. Entonces nos quedan las enzimas que podemos aportar mediante la ingesta de otros alimentos y las propias de nuestro sistema digestivo.
Teniendo en cuenta que las enzimas son sensibles a las altas temperaturas, ese potencial enzimático de los alimentos lo obtendremos a partir la incorporación a la dieta de vegetales crudos como las semillas germinadas (brotes de lenteja, alfalfa, soja), las ensaladas crudas, los jugos frescos naturales (no nos sirven los pasteurizados), semillas (calabaza, girasol, pomelo, melón, quínoa, chía) apenas tostadas o activadas por hidratación durante 12 horas en la heladera. Y alimentos fermentados naturales como chucrut (fermentado lento, sin cocción), miso, kéfir de agua, natto (poroto de soja fermentado), etc.
Si no incorporamos conscientemente estos alimentos a nuestra alimentación diaria, y muy especialmente cada vez que comemos almidones, sólo nos quedará nuestra última línea de ataque: nuestras enzimas digestivas.
La adecuada disponibilidad de estas enzimas depende de nuestro equilibrio nutricional. Esto incluye nuestro estado de salud y nuestra alimentación. Si existen fallas en alguna de las dos, habrá carencias. Recordemos que las enzimas son proteínas (si no las ingerimos en suficiente cantidad y calidad, dejamos de fabricarlas; el organismo ahorra).
Además, para que las enzimas actúen, se requiere de la presencia de coenzimas que se sintetizan a partir de vitaminas y minerales. La falta o desequilibrio de cualquiera de estos nutrientes en el momento y lugar adecuados impedirá la correcta digestión del almidón y por ende la absorción de la glucosa que necesita llegar al interior de las células para fabricar energía.
Cabe señalar que podríamos estar ingiriendo todo lo necesario pero si nuestro intestino no está saludable para una apropiada absorción de nutrientes, lo mismo tendríamos carencias, provocando un círculo vicioso donde la posibilidad disminuida de digerir el almidón sería sólo uno de nuestros problemas.
Continuará…
Me basé en lo que dicen los libros, sumado a mi experiencia nutricional y aportando ejemplos de mi cosecha. Aunque es largo, procuré que fuese didáctico y comprensible para todos.
Espero haberlo logrado.
Cómo nos afecta el almidón en la dieta, hoy
El almidón es la forma que tienen los vegetales de almacenar la glucosa obtenida mediante fotosíntesis. Es su reserva de energía, mayormente dentro de semillas y raíces para alimentar el inicio de la próxima generación de plantas. Allí permanece insoluble y estable junto con el germen que contiene las enzimas necesarias para revertir el proceso, es decir, transformar almidón nuevamente en azúcares simples para su utilización. Una semilla, en condiciones ideales, puede permanecer así siglos.
El almidón, como tal, no sirve como nutriente para nuestras células si antes no pasa por un correcto desdoblamiento a azúcares simples para que se absorba. La célula usa glucosa.
Para este proceso necesita enzimas.
Cuando se inició la agricultura, los granos se comían sin moler, incluso se recolectaban antes de madurar como hacemos hoy con algunas legumbres frescas como arvejas, chauchas, habas, porotos pintos; o el maíz fresco (choclo), etc. que aún conservan parte de sus azúcares en estado simple.
Los granos maduros, representan una excelente forma de almacenaje y conservación a largo plazo, pero para su consumo, es necesario transformar el almidón en azúcares asimilables.
Igual que lo hace la planta, el hombre puede activar el germen de las semillas, cereales y legumbres, y por ende las enzimas responsables del desdoblamiento del almidón, mediante el proceso de germinación en presencia de humedad y calor. Método muy usado en la antigüedad y que ahora se realiza a pequeña escala como ocurre con los brotes de soja, alfalfa, lenteja, que se utilizan crudos en las ensaladas y que son muy saludables ya que es una buena forma de aprovechar al máximo todo el potencial nutritivo que nos ofrece la naturaleza (algunos lo ven sólo como una moda).
El desarrollo de la agricultura fue modificando los hábitos de consumo.
En primer lugar, los granos ya no son los mismos. Se inició hace sólo pocas décadas una modificación genética que pasó de la hibridación por cruces de variedades a los transgénicos obtenidos por biotecnología. El genoma humano lleva años de lenta evolución adaptativa. Muchas modificaciones rápidamente introducidas no están a la par de la capacidad orgánica de generar enzimas para algunas nuevas estructuras.
El otro gran cambio es la molienda de los cereales. En el último siglo se han creado harinas cada vez más finas y blancas. Para lograr estos productos, la tecnología ha despojado a las semillas de la fibra, el germen, las vitaminas, los minerales, parte o todas las proteínas y por último las enzimas necesarias para el desdoblamiento del almidón.
A falta de germinación, la otra manera de hacer más digerible el almidón es por hidratación y calor.
El agua rompe las membranas que envuelven los gránulos de almidón, hidratando las moléculas. El calor también contribuye al proceso Ej: métodos de cocción lenta de la masa, tostado de granos como la cebada para la elaboración de malta. El calor también se usa para activar semillas antes de su consumo o para incorporarlas a panes u otros alimentos (sésamo, lino).
Hasta hace 80 años (en algunas regiones del planeta, menos aún), el pan se elaboraba con el sistema de levado lento. Se colocaba la harina en bateas con agua y se dejaba muchas horas. Recién al otro día se amasaba y se lo dejaba levar muy lentamente. Desde antiguo también se hacía así y además las harinas no eran refinadas, se usaban las integrales. En pocas décadas se fueron reemplazando esas técnicas por leudados rápidos; se usan premezclas, aditivos “mejoradores”; la hidratación es muy breve; la cocción en hornos eléctricos es muy rápida. En todos los pasos del proceso se ha priorizado la cantidad producida en corto tiempo en lugar de la calidad de un producto que conserve todos sus nutrientes y resulte en sí mismo un alimento más completo y fácil de digerir.
Dicho esto, nos interesa saber qué pasa con ese almidón dentro de nuestro organismo.
Si falta suficiente hidratación previa (lenta) y la cocción es muy rápida como para desdoblar el almidón, entonces necesitamos suficientes enzimas para que hagan el trabajo.
Pero dijimos que las enzimas presentes en el grano se han perdido en el proceso de refinación. Entonces nos quedan las enzimas que podemos aportar mediante la ingesta de otros alimentos y las propias de nuestro sistema digestivo.
Teniendo en cuenta que las enzimas son sensibles a las altas temperaturas, ese potencial enzimático de los alimentos lo obtendremos a partir la incorporación a la dieta de vegetales crudos como las semillas germinadas (brotes de lenteja, alfalfa, soja), las ensaladas crudas, los jugos frescos naturales (no nos sirven los pasteurizados), semillas (calabaza, girasol, pomelo, melón, quínoa, chía) apenas tostadas o activadas por hidratación durante 12 horas en la heladera. Y alimentos fermentados naturales como chucrut (fermentado lento, sin cocción), miso, kéfir de agua, natto (poroto de soja fermentado), etc.
Si no incorporamos conscientemente estos alimentos a nuestra alimentación diaria, y muy especialmente cada vez que comemos almidones, sólo nos quedará nuestra última línea de ataque: nuestras enzimas digestivas.
La adecuada disponibilidad de estas enzimas depende de nuestro equilibrio nutricional. Esto incluye nuestro estado de salud y nuestra alimentación. Si existen fallas en alguna de las dos, habrá carencias. Recordemos que las enzimas son proteínas (si no las ingerimos en suficiente cantidad y calidad, dejamos de fabricarlas; el organismo ahorra).
Además, para que las enzimas actúen, se requiere de la presencia de coenzimas que se sintetizan a partir de vitaminas y minerales. La falta o desequilibrio de cualquiera de estos nutrientes en el momento y lugar adecuados impedirá la correcta digestión del almidón y por ende la absorción de la glucosa que necesita llegar al interior de las células para fabricar energía.
Cabe señalar que podríamos estar ingiriendo todo lo necesario pero si nuestro intestino no está saludable para una apropiada absorción de nutrientes, lo mismo tendríamos carencias, provocando un círculo vicioso donde la posibilidad disminuida de digerir el almidón sería sólo uno de nuestros problemas.
Continuará…